¡Cuántos son nuestros esfuerzos para relacionarnos contigo, Señor! Pocos o muchos, ellos van marcando nuestro camino en la fe, en la esperanza y en la caridad. Hay algunos que dan pasos muy significativos y abren sus ojos a la realidad que Tú anhelas para nosotros. Otros tantos nos demoramos un poco más, en ocasiones incluso retrocedemos, pero no nos gana el desánimo.
Lo que quiero que mi corazón entienda hoy es que para llegar hasta Ti has enriquecido mi vida con hermanos, todos ellos diferentes, con historias peculiares, en las que Tú te has manifestado de una u otra manera para que te puedan experimentar.
A pesar de la diversidad en historias y experiencias, nos une ese anhelo que nace en tu Corazón: hacer y ser común-unión (comunión), ayudarnos unos a otros, cuidarnos unos a otros, sanarnos unos a otros, darnos consejos unos a otros, perdonarnos unos a otros, enseñarnos unos a otros y guiarnos unos a otros hacia ti con un paso firme y seguro.
La unidad en tu amor, Señor, no hace fuertes, nos hace hermanos, nos hace Iglesia, nos hace un divino anhelo hecho realidad. La pasión por esta meta ha de ser compartida, el sentir también, la alegría, la esperanza, el amor, pero también la tristeza, el dolor, el sufrimiento. No podemos lograrlo si nos volvemos fríos e indiferentes ante la necesidad del que está sufriendo, del que está muriendo.
Que sople tu Espíritu, hoy más que nunca, en todos nuestros corazones y que la compasión suscite en nosotros el deseo de sanar heridas, discordias, enojos y odios que hacen sangrar tu Cuerpo, que hacen doler a tu Iglesia.
Fray Pedro.
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