Desde que aceptaste, con ese "sí", ser la Madre de Dios, tu vida estuvo llena de sobresaltos, de peligros, de intrigas. Pudiste haber muerto lapidada. Nadie te hospedó cuando más lo necesitaste. Te preocupaste como madre cuando lo perdiste y finalmente lo encontraste. Seguro fuiste criticada.
Lo escuchaste predicar, lo viste festejar, te dolió verlo llorar. Firme ante la atrocidad de ver cómo te lo mataron. Nos lo diste vivo en un pesebre y te lo entregamos muerto en una cruz.
El dolor se convirtió en esperanza, la esperanza en verdad: ¡está Vivo! Lo viviste diferente, sin tocarlo, sin abrazarlo, sin escuchar su voz, pero lo viviste plenamente resucitado.
Ahora duermes, en la alegría de haberlo dado todo por el Amor, de haber creído, de haberle creído. Duermes con una sonrisa en tu rostro porque lo verás de nuevo, a tu pequeño, a tu predicador, a tu Cristo, a tu Señor.
Cuando me toque dormir, Madre mía, tómame de la mano y llévame con Él para gozar juntos la dicha de la salvación hasta la eternidad.
Fray Pedro
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