Ir al contenido principal

VERTE CON EL CORAZÓN


REFLEXIÓN PARA NIÑOS
En este Domingo de la Misericordia el Evangelio nos recuerda que para "ver" a Jesús no necesitamos lentes especiales pero sí un corazón que ame mucho, que perdone mucho, que quiera la paz para todos.

Uno de los Apóstoles llamado Tomás les dijo a sus hermanos: "Si no veo, no creo". Esto le pasó porque cuando Jesús se apareció a los Apóstoles, Tomás no estaba reunido con ellos. El corazón de Tomás estaba cerrado. ¿Cómo le hizo para abrir su corazón y poder ver a Jesús? Se quedó con sus hermanos, los Apóstoles, hizo oración con ellos, los escuchó y compartió. Sólo así pudo verlo cuando se apareció de nuevo y hasta pudo meter su dedo en sus heridas y su mano en su costado.

Cuando nos alejamos de nuestros hermanos, cuando cerramos nuestro corazón por miedo, por coraje, por envidia o egoísmo, no podemos ver a Jesús Resucitado que aparece en nuestras comunidades. ¿Qué hay que hacer? Estar en la comunidad, venir a misa, escuchar la Palabra de Dios, perdonarnos, compartir y AMAR mucho, así como nos ama Papá Dios. Sólo así podremos ver a Jesús. ¿Y sus heridas, las podremos tocar? ¡Claro! Cuando te animas a abrazar a un hermano que está sufriendo, que está triste, que está avergonzado por lo que hizo, que ya está muy desanimado o enojado con Dios. Cuando abrazas a alguien que sufre, también abrazas a Jesús y tocas sus heridas y su costado.

Comentarios

Entradas populares de este blog

YA NO TE ODIO HERMANO

Primera carta del apóstol san Juan 3, 11-21 Señor, mi conciencia muchas veces me reclama la incoherencia en la que vivo y la mentira en la que me convierto cuando digo amar a mi hermano y no lo demuestro con mis acciones. Amar va más allá de expresar palabras bellas y deseos hermosos. Amar implica romperse uno mismo para dejar que, de verdad, el otro habite en mi corazón. Sólo en la verdad se puede amar. El odio me convierte en cómplice de muerte y homicida. Te pido, Señor, me enseñes a amar. Pongo mi corazón en tus manos para que me sanes del odio y así, sin el reclamo de mi conciencia, pueda gozar de vivir la confianza puesta en ti.

VASIJAS DE BARRO Y CÁLICES DE AMOR

CRISTIANOS HUMILDES Y MOVIDOS POR EL ESPÍRITU 2 Corintios 4, 7-15 Mateo 20, 20-28 Cuando predico no dejo de insistir en la misión que tenemos como Iglesia. No es misión reservada para los consagrados sino que se abre y dirige a todo aquel que se dice ser "cristiano". No es misión de caricatura sino de convicción y acción. ¿A qué misión me refiero? A la misma de nuestro Maestro, Jesús de Nazaret: predicar el Reino de Dios, Reino de amor, de perdón, de reconciliación, de solidaridad, de alegría y salvación. Reino en el que todos somos hermanos y vemos unos por otros. ¿Fácil? Nunca lo ha sido. Por eso siempre consideremos el barro del que estamos hechos. Meditemos desde la humildad lo que la Gracias nos permite lograr cuando la dejamos actuar en nosotros. Somos imperfectos y lo que es perfecto es lo que llevamos dentro y nos mueve a ser signos del Reino de Dios, signos del Amor. Fray Pedro

UNA RELIGIÓN MEDIOCRE

Del Evangelio según san Marcos 2, 23-28 Señor, si lograra entender la dinámica del amor a la que tú me invitas, estoy seguro que podría gozar de una alegría más constante y verdadera. Pero no alcanzo a ser consciente de esa realidad que pones al alcance de mi mano y corazón. Me gusta ostentar que te conozco, que conozco tus leyes y que las cumplo, pero mi expresión a mis hermanos dice todo lo contrario. Creo, Señor, que profeso una fe a medias, que soy un cristiano a medias, que vivo una religión a medias, porque prefiero fijar mi mirada al cielo cuando hay quienes ruegan que me agache de mi orgullo y soberbia para escucharlos y ayudarlos, para darles credibilidad, compasión y un poco de ti. No quiero ser un cristiano a medias. ¡Quítame, Señor, la mediocridad! y ayúdame a vivir lo que creo, lo que profeso y lo que digo conocer de ti.