Lectura: Jn 13, 1-15.
El
amor no es un sentimiento,
es
una decisión.
En
una sociedad como la nuestra es muy difícil hablar de amor sin aludir a toda la
propaganda que se ha creado para ‘venderlo’. Pareciera que el amor se puede
comprar u obsequiar con un pequeño regalo. En ocasiones caemos en una
negociación de ‘amores’ para cubrir mis necesidades afectivas. ¿En dónde nos
hemos perdido?
Hermanos, el amor no es un mero sentimiento sino
una decisión.
No
se trata de sentir escalofríos, cosquilleo en el estómago o sudoraciones en
todo mi cuerpo. El amor va más allá
de estas sensaciones, rompe todo tipo de esquemas, hace humilde al que lo quiere
otorgar, implica libertad, gratuidad, respeto y obediencia.
En
el Evangelio de San Juan se nos presenta la experiencia misma del amor. Jesús lava los pies a sus
discípulos rompiendo con un esquema de amo y esclavo, pues sólo los esclavos
lavaban los pies. Jesús se hace humilde y ama,
se siente libre para hacerlo.
Hoy
estamos invitados a amar, hermanos.
Hoy estamos invitados a que rompamos los esquemas y prejuicios que nosotros
mismos hemos creado entorno al amor.
Es urgente que nos decidamos a amar
si queremos seguir la enseñanza que nos ha dejado el Señor en esta su última
cena.
También
es necesario ser conscientes que no es fácil amar pues, aunque el amor
es una virtud que Dios nos da, necesita que nosotros propiciemos el efecto de
esta virtud en nuestra vida. Es un caminar el que le espera a aquel que quiere
amar de verdad.
No
podremos amar sino hasta que nos hagamos humildes. Hasta que reconozcamos lo
que somos y lo que no, lo que podemos y lo que no, nuestros vicios y virtudes, reconociendo
el barro del que estamos hechos. Esto no es fácil, necesitamos decisión de reconocernos a nosotros
mismos y este re-conocernos implica un mirarnos constantemente, un escuchar
nuestro sentir, nuestro querer. Reconocernos es llegar al respeto y al
agradecimiento constante de lo que somos.
Y
una vez que hemos empezado a caminar en esta decisión de amar, la libertad nos
impulsará a la búsqueda de los demás. Nuestra mirada no estará fija en el cielo
buscando a un Dios que quiero para mí, sino buscará abajo donde mis hermanos me
invitarán a encontrar a Dios junto con ellos en su sufrimiento, en su soledad,
en su necesidad de compañía.
Este
es el camino del amor, el que nos libera y nos impulsa a agacharnos para
levantarnos con nuestros hermanos, los más débiles, los olvidados, los que
nosotros mismos hemos relegado y abandonado. Este es el camino del amor al cual
Jesús en la última cena nos invita, es la decisión de seguirlo, de hacer como
él.
Fr. Pedro Barrera
Silva, O.P.
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