Las lectura de hoy nos presentan una realidad del tiempo de Jesús: los leprosos. La ley mandaba, como el libro del Levítico nos lo expresa, tomar ciertas precauciones y obligaba al enfermo a excluirse a sí mismo de la comunidad. El leproso era rebajado, humillado y obligado a sentirse impuro, pecador y culpable de su mal.
De esta primera lectura salta la humillación a la que estaba condenado el enfermo. Por ley, el leproso era obligado a sentirse impuro, quedando su dignidad resquebrajada.
De igual forma se deja ver la idea que se tenía del origen del mal en el mundo. Se pensaba que estos males eran castigos divinos causados por los propios pecados. Así, la lepra era atribuida a aquel que habiendo violado la ley, era castigado por Dios. El leproso era culpable de su enfermedad.
Jesús viene a cambiar toda esta visión errónea en una dinámica de amor. Se atreve a romper la ley permitiéndole al leproso acercarse a él, y no sólo eso, sino que además lo toca.
¿Qué es a lo que nos quiere llevar el Evangelio? A caer en cuenta que el signo de curación de Jesús va más allá de la curación de la lepra. El Maestro se acerca y toca para regresarle la dignidad al ser humano, para quitarle la culpa, para hacerlo “libre”. Es esta misma libertad la que impulsa al sanado a compartir, a gritar con alegría su sanación, su libertad, su dignidad.
El mensaje de hoy va encaminado a hacer consciencia de la participación en el amor de Dios, que toca, libera y dignifica. Y también nos interpela para destruir aquellos ídolos, imágenes de Dios. El Dios de Jesús no es un Dios que castiga, no es un Dios que manipula, no es un Dios que prueba, sino un Dios de amor, de compasión y libertad, que acompaña y se hace presente en nuestras vidas en todo momento, sobre todo en los momentos de sufrimiento.
Fr. Pedro Barrera Silva, O.P.
¿ME PREGUNTO QUIÉNES SERÁN LOS LEPROSOS DEL HOY?
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